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Por Manuel Landeros Pita
Puedes leer la primera parte de este artículo haciendo click aquí.
“Yo conozco tu locura porque también es la mía
Somos locas rebeldes
locas de estar vivas
locas maravillosas
estrafalarias, floridas
Ovejas negras
descarriadas sin remedio
vergüenza de la familia
piezas de seda fina
amazonas del asfalto
guerrilleras de la vida
Locas de mil edades
llenas de rabia y gritos
buscadoras de verdades
locas fuertes
poderosas
locas tiernas
vulnerables
Cada día una batalla
una norma que rompemos
un milagro que creamos
para poder seguir siendo
Locas solas
tristes
plenas
Mujeres locas, intensas
locas mujeres ciertas. “
De Rosa María Roffiel
Hay una insistencia lastimosa, es como la piedra en el zapato de la humanidad; se busca, todo el tiempo, que todos los seres humanos pensemos igual. Este objetivo utópico no hace más que dividirnos, escindirnos y desgastarnos. El precio a pagar por este intento insistente es demasiado alto. Aún así, no deja se cristalizarse.
En la primera parte de este artículo hablé sobre la importancia de lo psíquico, de lo emocional, para poder comprender el género; más allá de un cuerpo, de lo que se percibe a través de los sentidos. La fantasía impregna los cuerpos; el género es una mezcla de fantasía y cuerpo. Y la fantasía, no por ser fantasía, es menos real que el cuerpo, al contrario, la realidad humana está construida desde esta mezcla. Las rocas, las bestias, las aguas del río, una comunidad de hongos, solo existen en el reino de los cuerpos, de las formas, de las células interactuando, de los átomos siguiendo un orden perfecto.
El humano también pero, además del mundo tangible, aparece la magia de lo interno, el encanto de las emociones y los sentimientos; fantasías, sueños, deseos y angustias que pintan todo el mundo tangible de otro mundo, uno invisible pero muy real.
El antropólogo y sociólogo mexicano Roger Bartra, en uno de sus ensayos sobre el efecto placebo, realiza un recorrido histórico de la influencia de los rituales en el cuerpo. Él nos lleva a cuestionarnos si la vida humana puede, y debe, reducirse únicamente a las cosas que se ven y se tocan. Esto me ha parecido muy interesante para poder continuar con nuestro asunto sobre el género. ¿Somos solo lo que vemos o somos más que eso? ¿Amo solo lo que veo o amo también lo que no está a la vista? ¿Son solo nuestros cuerpos los motores de nuestra existencia cual robots en una trama de ciencia ficción o hay algo mucho más profundo que puede ayudar a entendernos y a entender a otros?
De la ilustradora Dakota Bardy
Recuerdo mucho un ejemplo de la doctora Silvia Bleichmar, en su seminario Vergüenza, culpa, pudor, sobre el peso que la mirada tiene y que se le ha otorgado a lo largo del tiempo. Ella dice que le parece muy curioso cómo el ser humano siente, por ejemplo, que obtiene privacidad cuando defeca en un baño público solamente porque no lo ven y no ve a otros; como si el olor y lo sonidos que escucha no entraran en esa categoría de "lo privado". El género, con frecuencia, intenta explicarse desde este lugar; una categoría que engloba únicamente lo que está a la vista: labios pintados igual a mujer, bigote igual a hombre; pene/hombre, vagina/mujer; tacones igual a femenino, corbata igual a masculino.
El asunto es que, en esta feria llena de colores llamada mundo, a veces aparecen vaginas y bigotes en el mismo cuerpo; tacones y corbatas en un mismo atuendo. ¿Qué ocurre entonces? ¿Cómo puedo explicar a ese otro que confunde mi categorización basada en lo visual? ¿Qué es ese otro, pues se sale de mi categoría del "quién" y se vuelve algo extraño, algo ajeno?
Los aspectos de la mente que viven dentro de estas categorías se confunden y lanzan sus misiles para no tener que lidiar con aquello que no pueden entender. Es, por así decirlo, el camino más fácil; la mente se "ahorra" el trabajo de pensamiento que reordene y resignifique la percepción de otro y de mí mismo; un trabajo que requiere cuestionamiento y derrumbe, un derrumbe de aquello que era y que ya no encaja en lo que ese otro es, desea ser y quiere mostrarme. El derrumbe es doloroso e incómodo, porque además de "destruir" una cosa será necesario poner otra mucho más precisa en su lugar, pues cuando solo se destruye algo sin reconstruir otra cosa mejor entonces el trabajo de deconstrucción queda a medias y la percepción y concepción del otro y de su humanidad no cambia de manera favorable. Deconstruir no es destruir, es destruir y luego reconstruir; una unión de derrumbe y creación que exige trabajo interno y energía. La deconstrucción no es solo una cosa de aprendizaje, es algo más grande y más profundo que hace uso de todos los recursos al alcance para llevarse a cabo.
Y así como se derrumba una casa y en ese mismo terreno se construye una mucho mejor, una más habitable y cómoda, una en donde no solo quepa yo sino también el otro, así la mente se deconstruye en ciertos espacios internos.
De la ilustradora Dakota Bardy
Son muchísimas cosas más las que podría agregar a este artículo, pero he preferido dejar incógnitas para ustedes, pues no hay impulso de transformar si no hay una falta (como diría Lacan) que nos empuje a desear. Así, la deconstrucción deberá ser por un lado orgánica, por convicción y, por otro lado, inducida por las voces de aquellos que buscan ser vistos y, más allá de eso, sentidos, vividos y comprendidos como humanos.
Quizás escriba en un futuro una tercera parte, pues hay cuestiones que se quedan en el aire y que me parecen importantes, pero los dejo reflexionar un tiempo para reencontrarnos después en otro texto tal vez.
¿Una mujer transgénero es mujer o no? ¿Lo femenino pertenece a la mujer únicamente? ¿Lo masculino es propio de los cuerpos con pene? ¿Puedo decirle al otro qué debe ser o qué no debe ser para permitirle existir? ¿Debe patologizarse, psiquiatrizarse, al género para poder entenderlo?
Gracias por llegar hasta el final, ha sido un placer como siempre.
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