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Por Manuel Landeros
"Si miramos el objeto de nuestro apego con una simplicidad nueva, comprenderemos que no es ese objeto lo que nos hace sufrir, sino el modo en que nos aferramos a él."
Por Manuel Landeros
"Si miramos el objeto de nuestro apego con una simplicidad nueva, comprenderemos que no es ese objeto lo que nos hace sufrir, sino el modo en que nos aferramos a él."
Matthieu Ricard
Ahora que parece estar de moda el término "tóxico" para hacer referencia a todo tipo de relación destructiva, el mundo ha puesto el ojo en todo vínculo que cause sufrimiento para así poder clasificarlo como "tóxico". Pensando en ciertas ideas para algunas conferencias que Psicoalibre S. C. ha impartido sobre este tema y que con mucho placer he participado, gran parte de los pensamientos que conforman estas conferencias tienen que ver con las relaciones de objeto, una de las escuelas psicoanalíticas más interesantes; se dice, desde esta postura, que es necesaria la dependencia del objeto para poder crecer. Internamente, en el inconsciente, el self necesita de un objeto que le provea de aquello que él mismo no es capaz de darse: un bebé necesitando un pecho nutricio.
Imagen de la artista Lauren Marx
Pero, la cuestión que surge entonces es: ¿depender es bueno o malo? Porque si se trata de algo bueno entonces buscaríamos depender todo el tiempo de otros, siendo incapaces de sobrevivir por nuestra cuenta, y si es malo entonces rechazaríamos todo lo que otros pueden darnos. En principio ha de quedar claro que la dependencia auténtica, la que nace del amor, de la pulsión de vida como diría Freud, es un vínculo que, justamente, impulsa a la vida, al crecimiento y al pensamiento; la base de una dependencia de este tipo es una relación de gratitud: el bebé no puede darse leche a sí mismo, por lo tanto puede recibir aquella que proviene del pecho de la madre, está contento, satisfecho y agradecido con esa madre que le hace vivir; aprovecha todo lo bueno que la madre puede darle para crecer, desarrollarse, evolucionar.
Con el tiempo ese bebé se convertirá en un adulto y, aunque ya no dependerá de su madre real, sí dependerá del objeto que la representa dentro de su mente y que él ha introyectado; si este bebé, al convertirse en adulto, logra proteger y multiplicar lo bueno que la madre le dio entonces estará siendo aún más agradecido, así, quizá, sea capaz de darle aquello a otros de diversas formas.
Este psiquismo tiene una relación interna en la que logra relacionarse y después separarse sin defenderse hostilmente de todo lo que implican estas experiencias.
Imagen de la artista Lauren Marx
¿Pero qué ocurre cuando la base de una relación con el objeto no es la gratitud sino la envidia? Entonces la hostilidad imperará en ese vínculo; un self que no puede tolerar que el otro sea quien posee algo que él no y deseará destruirlo a toda costa, incluso si el precio es destruirse a sí mismo.
Aferrarse al objeto, retenerlo, agredirlo y dejarse agredir por él no es una dependencia auténtica, es una "dependencia" aparente, es decir, dentro de la mente nos se pueden cuidar ni hacer crecer las bondades de una madre nutricia sino lo que se intenta es destruir todo lo bueno con odio y hostilidad. Así, cuando nos aferramos destructivamente a algo, no somos capaces de dejarlo ir, de ponerle fin y pasar a algo mucho más saludable para nuestra mente; nos quedamos ahí destruyéndonos y "dependiendo" de un vínculo en el que reina la agresión.
Cuando nos aferramos destructivamente, o sea, cuando una relación trae consigo sufrimiento inagotable, es porque nuestra mente probablemente esté utilizando mecanismos de defensa muy hostiles y primitivos que desgastan el self y lo empobrecen. Nuestra percepción del mundo queda distorsionada debido a todos estos conflictos y defensas internos.
Una dependencia genuina, de gratitud, puede llevar al sujeto a desprenderse del objeto en el momento en el que sea necesario pues reconocerá que no le pertenece y que lo mejor para ambos será separarse; sea en la vida exterior un bien, una persona o incluso una experiencia. Depender desde la envidia es "sentir que nunca se podrá vivir sin el otro" aunque el costo sea la destrucción; el bebé se queda siendo bebé para siempre pues es incapaz de aprovechar lo bueno, lo poco o mucho que esto sea, y desarrollarse. La envidia lo encerrará en una relación dependiente que, en el fondo, no es dependiente sino perversa.
Imagen de la artista Lauren Marx
Entonces, en este sentido, aferrarse podría representar retener para destruir, para hacer daño en el interior de la mente y en el exterior. No se trata de la pulsión de vida sino de aquella compulsión de repetición que sirve al Tánatos, a la pulsión de muerte. Todo lo bueno que esa madre interna nos dio para hacernos sobrevivir, las bondades de esa madre, son descompuestas y destruidas y somos incapaces de cuidar de nuestra mente y de nuestras emociones, incluso, a veces, de nuestro cuerpo.
Aferrarnos, aún sabiendo que ahí ya no hay más que dar ni que recibir, es un capricho masoquista que sirve a un deseo inconsciente de destruir lo bueno dentro de nosotros y, por lo tanto, fuera también; nuestra calma, nuestra seguridad, nuestro futuro mismo.
El psicoanalista Donald Meltzer nos habla sobre disfrutar lo bello que tenemos el tiempo que esto dure sin intentar capturarlo o retenerlo a toda costa, como cuando no disfrutamos del paisaje por intentar sacar la mejor fotografía y, cuando nos percatamos, el momento lindo ya se ha desvanecido.
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