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Mentiras piadosas o palabras justas

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Por Mauricio Ortega



“No creo que pueda entenderlo”, “todavía es muy chico”, “me preocupa que le pueda hacer mal”, esas son, en general, el tipo de respuestas que recibo de padres o cuidadores al preguntarles por qué no le han comunicado al niño una verdad que le concierne a su identidad, su historia, su cuerpo o su entorno familiar.

Por supuesto, es comprensible que los padres se muestren muy angustiados frente a la idea de hablar con sus hijos acerca de temas escabrosos, temas que podrían hacerles sentir culpa o vergüenza. Conscientemente ellos sienten que es mejor evitar el tema o hacer uso de una mentira u omisión para no crearle conflicto o angustia, pero en la gran mayoría de los casos, lo que realmente ocurre es que los cuidadores proyectan en el niño su propia incapacidad para tolerar y elaborar la verdad. 


Françoise Dolto, psicoanalista francesa, quien se dedicó a trabajar de forma extensa con niños y adolescentes describió a lo largo de toda su obra cómo es que privarle a un niño de una verdad que le concierne sólo puede traerle un impacto negativo en lo que ella llamó su: yendo-deviniendo, noción que hace referencia al constante e inacabable impulso que tiene todo ser humano de consolidarse como sujeto en desarrollo fructífero en su aspecto social, psíquico y afectivo. 

Este impacto negativo puede verse reflejado comúnmente en inhibiciones escolares o sociales y trastornos emocionales/conductuales como: mal humor, oposicionismo, agresión, ansiedad y depresión. Sin embargo, y como Dolto demuestra en sus seminarios, el impacto de negar una verdad puede ser tan dañino que llega a ocasionar en el niño funcionamientos mentales de una persona con autismo, de una deficiencia intelectual profunda, o hasta ocasionar una desarticulación tal en la subjetividad, que aparecen estados de psicosis.


Uno de los ejemplos que ella da es el de un niño, con rasgos autistas y capacidad intelectual muy por debajo de la media, este niño había sido adoptado pero sus padres adoptivos no se lo dijeron, a través de la cura psicoanalítica que Dolto llevó a cabo con él (en un principio ella tampoco sabía que era adoptado), el niño pudo hacer una regresión y con ello re-vivenciar una escena que sucedió a los pocos días de su nacimiento en donde, alrededor de él, la madre y abuela biológicas discutían intensamente acerca de su destino: la abuela le impuso a la madre dar en adopción a ese niño. Gracias a que los padres adoptivos conocían esta historia el caso pudo esclarecerse; desde muy pronto en la vida este niño había sido afectado en su ir-devenir, y no hubo nadie nunca que le pudiera poner en palabras esa verdad, ni su madre biológica ni su madre adoptiva, quedando una especie de hueco en su historia que lo desarticulaba como sujeto.

Dolto pensaba que un niño, sin importar su edad, ni la crudeza de la verdad, es capaz de tolerarla, siempre y cuando le sea comunicada por alguien que tenga claro que se dirige ya a un sujeto en devenir sin importar que tenga, por ejemplo, un día de nacido (situaciones de abandono o muerte de la madre durante el parto). 

Siempre y cuando ese alguien que comunique la verdad no trate de hacer la realidad más o menos trágica, con la confianza de que ese sujeto será capaz de afrontarla y asimilarla como parte de su historia. Dolto usó la noción: palabras justas, para hacer referencia a esta forma de comunicación humanizante entre sujetos.

En el trabajo clínico actual con niños, según mi experiencia como analista, los temas que más se evitan esclarecer y comunicar son: la separación de los padres, la sexualidad, la procedencia biológica real, discapacidades físicas, enfermedades graves padecidas por el niño o por algún familiar, familiares en situación delictiva o de cárcel y muertes dentro del círculo familiar, escolar o social. 
Imagen del artista Stefan Zsaitsits

Es importante recalcar que la dificultad para comunicar verdades proviene de los padres o cuidadores, por ejemplo: llevan a un niño a consulta debido a dificultades escolares, durante la entrevista el analista se entera que los padres han tomado la decisión de separarse, también se entera que no se le ha informado de esto al niño a pesar de que es una decisión tomada hace tiempo y además es evidente que hay disgusto entre los padres. 

Al indagar en la historia infantil de los padres, el analista puede encontrar que uno o ambos han vivido la separación de sus padres durante su niñez, el analista podría pensar en una compulsión a la repetición por parte de los padres de una experiencia no elaborada, no humanizada, y al no hablarle a su hijo de la futura separación lo colocan en la misma situación de desvalimiento e incomprensión con la que ellos vivieron la separación de sus propios padres. Por otro lado, podrían sentirse avergonzados al hablarle a su hijo de la ruptura pues terminaron repitiendo la misma historia que seguramente deseaban evitar.

No es tarea del analista o del terapeuta comunicarle a un niño o adolescente una verdad de este estilo, es el deber de los padres y cuidadores. 

El analista se encargará de ayudar al sujeto a asimilar esa verdad, ayudar a los padres a entender sus angustias por las cuales no la hablan y favorecer las condiciones psíquicas e intersubjetivas necesarias para que esas verdades que tienen que ser esclarecidas devengan.

Bibliografía 
Dolto, Seminario de psicoanálisis de niños, Siglo XXI, México.
Dolto, Seminario de psicoanálisis de niños 2, Siglo XXI, México.
Dolto, Seminario de psicoanálisis de niños 3, Siglo XXI, México.

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