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Adolescencia; desde la óptica meltzeriana sobre los estados sexuales de la mente y el proceso psicoanalítico.

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Por Cecilia Díaz-Berrio 


En el último año, he constatado que la mayoría de los pacientes que he recibido en mi consultorio son adolescentes. Por un lado, están aquellos que corresponden a esta etapa de desarrollo por su edad cronológica, que son de entre los 11 y los 26 años y, por otro lado, están los que ya pertenecen a la tercera, cuarta y hasta quinta década, pero viven en un estado mental adolescente constante. 

Pintura de un Ajolote

Diferentes disciplinas o ramas de la ciencia buscan comprender el ambiente que rodea al individuo o buscan estudiar su cultura. En psicoanálisis, se va a trabajar con las fantasías subjetivas de este y su mundo interno.

Sin embargo, no podemos separar de manera definitiva lo externo y lo interno, ya que la experiencia perceptual de cada sujeto sobre el exterior va a sostener o a reconstruir su mundo interno; esto quiere decir que no hay forma de volverse un individuo nutrido sin la sociedad y no hay sociedad separada del desarrollo individual de cada uno de sus componentes.

Bien se dice que: “la cultura precede al sujeto”, ya que éste está articulado de manera intersubjetiva y social. Por lo que es importante considerar los grupos, el ambiente y lo cultural, ya que ambos: paciente y analista son seres sociales que, de una manera u otra, comparten ciertas condiciones de vida y de su época (Mondrzak, 2012). Actualmente y desde el punto de vista cultural y social, podría decirse que en México predomina el estado mental adolescente y se prolonga por muchos años. No por nada se hace popularmente una metáfora sobre la identidad del mexicano y el ajolote, anfibio endémico que no se desarrolla y mantiene sus características de larva de forma permanente, de hecho, le llaman el “adolescente eterno”. 

Imagen de la artista Nicole Eisenman

Por ejemplo, muchos pacientes que viven en ese estado mental y que consultan, suelen tener como motivos de consulta que: les resulta complicado salir de casa de los padres o encontrar un trabajo. O son personas infantilizadas que al mismo tiempo viven la idea de ser maduras y autónomas, como si se tratara de adultos prematuros. Esto se ve también cuando estos tratan de ejercer la función paterna y se encuentran desorientados. Lo padecimientos que presentan suelen ser: una sensación de vacío, de estar estancados en comparación con otras personas de su edad, confusión en la identidad física y sexual, no poder estudiar una carrera o encontrar un trabajo, dificultades para formar pareja o educar a los hijos, problemas con las jerarquías, sentimientos de ansiedad, depresión y aislamiento, problemas para identificar qué es bueno y qué es malo, la sensación de no pertenecer a ningún lugar o grupo, el establecimiento de relaciones “tóxicas” (término que está de moda), la sensación de falta de autenticidad o insustanciabilidad, sentimientos de intolerancia a la frustración o de intolerancia a depender de otros, ataques de ira, celos y envidia. 

Los aportes teóricos de Klein, sobre las posiciones esquizo-paranoide y depresiva como principios económicos que regulan y dirigen los procesos evolutivos, permiten examinar desde un punto de vista clínico cualquier proceso de transición en el desarrollo de la vida. Donald Meltzer describe las ideas de la existencia de un conflicto mental permanente y de la oscilación entre las posiciones. Menciona períodos y cambios específicos de la transición de la latencia la pubertad, de la pubertad a la adolescencia y de la adolescencia a la edad adulta y, expone cómo cada una de estas metamorfosis implica cuestiones clínicas en el proceso psicoanalítico y problemas técnicos relativos al tratamiento (Meltzer, 1998): 

Después del Complejo de Edipo, el individuo entra en la latencia (de los 5 a 11 años aprox.), etapa en la que se interiorizan las imágenes parentales y se forma de manera definitiva el superyó. Se le describe como un momento de espera, ya que se detiene el desarrollo. El niño abandona su intensa afectividad edípica y el interés por su realidad psíquica; sale al mundo exterior, comienza a socializar, disminuye su creatividad, pero logra aprender más en un sentido escolar. Este periodo se caracteriza por una constelación de defensas peculiares. Por un lado, están los mecanismos obsesivos con el fin de impedir el acto sexual entre los objetos parentales y de controlar de manera omnipotente al objeto y la separación. Por otro lado, están los estados maníacos-depresivos. Cuando, el chico latente se adentra en la pubertad o fase genital, las pulsiones y los deseos sexuales comenzarán a surgir, tanto en su vida cotidiana como en la transferencia con el analista. Al romperse la frágil y rígida estructura del latente, puede vislumbrarse un cambio en el comportamiento. El individuo entra en una nueva elaboración de los estados confusionales infantiles, pero ya no con la atmósfera de su primera infancia. Se le agregan a este periodo los cambios corporales y un modo de vincularse con la comunidad. Hay que anotar aquí que, en nuestros días, los individuos presentan mayor libertad sexual desde etapas más tempranas, lo que implica una pronta incertidumbre con respecto a las diferenciaciones entre lo interno y lo externo, entre lo adulto y lo infantil, hay mayores y más tempranas ansiedades confusionales: entre lo malo y lo bueno, lo masculino y lo femenino, entre diversas zonas erógenas, entre el amor y la sexualidad y, lo más severo, confusiones en la identidad. 

Por esta explosión de confusiones es que importa el papel de grupo como pauta social en la adolescencia ya que protegerá al sujeto frente a los procesos de disociación y de diseminación de las partes del self, aliviando el impulso masturbatorio fomentado por la omnipotencia, así como la ansiedad persecutoria. 

En la transición de la excesiva y rígida escisión de la latencia hacia la fluidez de la adolescencia, la personalidad comienza formarse de manera más metódica y elástica en cuanto a la escisión, la diferenciación y la organización, dirigiéndose hacia al interior del mundo adulto. Cuando la identidad se logra estabilizar sin rigidez, su vivencia resulta compleja en estructura y diversa en cualidad. Su base consciente será: las identificaciones y la experiencia del ser frente a sus facetas caracterológicas e imagen corporal, que es tomada como un todo, como una suma de estados de ánimo momentáneos, como una abstracción de la integración. Sin embargo, primero se deberá atravesar, en el pasaje de la pubertad a la adolescencia, ese amplio espectro de confusiones, donde las perversiones surgen y se fijan y donde además se deberá desmontar toda una estructura defensiva. Es importante aclarar que, cuando hablamos de perversiones, hablamos de un aspecto organizado de la vida mental. También existe el término de perversidad que trata más bien de una parte del proceso total del funcionamiento mental. Ambas terminologías tienen origen en el narcisismo elevado y el negativismo de la sexualidad; en niveles altos de envidia y destrucción, donde hay un ataque masivo y envidioso a todo lo bueno y donde predomina el uso de la identificación proyectiva, la escisión y la idealización.

Imagen del artista Mike Willcox

Para entender al adolescente y cómo trabajar en análisis con él, debemos entender cómo son sus relaciones con sus objetos internos y cómo estos se preparan para enfrentar al mundo y cuáles son sus relaciones con el mundo externo.

Las descripciones de Meltzer sobre el funcionamiento mental y los cambios evolutivos sobre la sexualidad (infantil, adulta y perversa) dan pauta a la comprensión de la comunidad adolescente y su patología, que estará ligada con frecuencia al uso excesivo de escisión e idealización, al narcisismo y a la vida en el claustro. Explica que, de latencia a la adultez, se atraviesa el mundo adolescente en el que se observan reediciones de las etapas pregenitales, donde son normales la desorganización, el uso excesivo de identificación proyectiva y la ansiedad confusional.

Se trata de una época paradójica, donde “el adolescente piensa que lo que lo hace avanzar hacia el mundo adulto en realidad es un acto regresivo, mientras que entre más admite sus ansiedades infantiles será que realmente entrar al mundo adulto”. 

En este estado mental, la experiencia del self es altamente fluctuante y existen tres tipos de experiencias psíquicas de la identidad: inestabilidad emocional (estados de ánimo variantes) provocada por la escisión, incapacidad de cumplir compromisos con los demás, de concretar resoluciones propias o para comprender por qué no puede ser encomendado con responsabilidades de naturaleza adulta (Mondrzak, 2012). Lo ideal sería, en términos estructurales, un pasaje de la disociación del self a la integración en relación con objetos que también son transformados de una multitud de objetos parciales a una unidad de objetos totales en el mundo interno y, sobre este modelo, deberían ser reguladas las relaciones externas. Este proceso es crucial, ya que la identidad del adolescente se irá construyendo en presencia de otro.

La propuesta que se hace es: encaminar el trabajo psicoterapéutico individual de un sujeto aislado a la socialización de sus conflictos, a la formación de pandillas de adolescentes, como una medida de contención de los aspectos antisociales, del conflicto entre aspiraciones sexuales hacia el apareamiento y otras ambiciones. 

Se busca dirigir al sujeto al uso de mecanismos por medio de los cuales se pueda conseguir paz frente al sufrimiento edípico y que produce la sexualidad. En la pubertad se van a desplegar deseos pregenitales de la infancia y de la niñez temprana, así como formas genitales polimorfas y perversas que irán modificando al self hacia la adultez. La formación de una pandilla en la pubertad suele ser homosexual y más adelante, en la adolescencia, se empezarán a conformar los grupos de parejas heterosexuales.

Imagen de la artista Manjit Thapp

En cuanto a la identificación y la socialización en la adolescencia (Meltzer, 1974), Meltzer comenta que el fenómeno de huida hacia el grupo es evidente dinámicamente. El adolescente siente un continuo desafuero y la solución que encuentra para este estado displacentero es la huida a la vida grupal, donde las distintas partes de sí mismo son externalizadas en diversos miembros de la pandilla.

El adolescente proyecta sus partes más conflictivas en la pandilla utilizándola como depositaria de su enfermedad, así como él en su familia puede ser él el depositario de la neurosis o psicosis de sus miembros familiares. 

Los grupos van a funcionar a modo de estatus; el adolescente que no es miembro de ninguna pandilla, al ser relegado, desempeña un rol de la parte psicótica de la personalidad de la pandilla y él proyecta, a su vez, sus partes más sanas en la pandilla integrada (identificación proyectiva masiva). La vida grupal viene a facilitarle al adolescente el hacerle frente al mundo adulto y el abandonar el mundo del niño. Resulta normal que, para el sujeto sea complicado distinguir con certeza entre cada uno de sus estados mentales (adolescente, infantil o adulto). El adolescente vive fundamentalmente en el mundo externo, por lo que las relaciones grupales son centrales. Meltzer describe tres comunidades diferentes y cuatro posiciones en las que oscila el adolescente durante su proceso del desarrollo (Meltzer, 1998):


  • El niño del ámbito familiar: es una vuelta hacia atrás con objetos ya conocidos e idealización de los padres. 



  • Del mundo adulto: es una estructura política con sistema de clases, los adultos son vividos como si tuvieran el poder y el control del mundo. El adolescente tiene la idea ilusoria de que los adultos son omnipotentes y omniscientes; de que son poseedores de una organización de tipo aristocrático que pretende preservar los secretos sobre el poder, el saber, la potencia, el placer sexual y su independencia, contra cualquier intromisión. Los vive como autoritarios, estafadores e hipócritas, que utilizan a los niños como esclavos. En consecuencia, el adolescente siente por un lado cierta devoción y, por otro lado, una envidia, un deseo de poseer y un desprecio generalizado hacia a los adultos (objeto combinado) y los niños. Cuando el adolescente se encuentra en esta modalidad suele ser porque busca éxito o estatus y está negando la confusión. 



  • De los adolescentes (externa a las comunidades 1 y 2): en lo negativo, se caracteriza por su egocentrismo, su ambición, cinismo y falta de piedad; en lo positivo, por su preocupación, emotividad y sensibilidad. Es un mundo donde hay un fuerte apego a la belleza, confusión respecto a la sexualidad, y el uso dominante de la identificación proyectiva. El adolescente desea penetrar en el cuerpo de la madre y poseer sus contenidos. Le advienen preocupaciones por los cambios corporales y sus características sexuales y la vestimenta (confusión entre lo masculino y lo femenino), y confusiones zonales particulares (boca-vagina-ano / pezón-lengua-heces). El adolescente presenta pues, una relatividad moral, donde hay una idealización de la confusión y la presencia de sentimientos como la avidez, la envidia y los celos. 



  • Aislamiento: sujeto separado, con sentimientos de grandiosidad, acentuación de la megalomanía y la omnipotencia. 
Imagen de la artista Monica Barengo

Este movimiento progresivo y regresivo del adolescente dificulta su análisis ya que nunca está anclado en ningún lugar y se encuentra en un estado de confusión y desilusión permanentemente. No puede aplicársele un tratamiento psicoanalítico de modo sistemático y organizado. Debe permitírsele al adolescente la suficiente movilidad entre cada una de estas modalidades y a su vez hay que lograr contenerlo (pecho-inodoro). Los dos tipos de adolescentes que llegan normalmente a la consulta son: por una regresión a la etapa infantil o por aislamiento que llega a preocupar a los demás. La forma de acercarse del adolescente suele ser por un deseo espontáneo asociado a un sentimiento de cansancio o ansiedad o porque alguna institución lo envía con el terapeuta.

La transferencia puede entenderse como un fenómeno que se genera en el encuentro en el aquí y ahora con el paciente. Es un fenómeno que transmite información de todo tipo (paraverbal, preverbal, verbal). Con pacientes adolescentes, es decir, que están saliendo del mundo infantil hacia el mundo adulto, se van a dar a notar y sentir sus limitaciones y sus necesidades frente a la dependencia. La asimetría con el analista los va a enfrentar a su rol o posición, a sus diferencias y sus conflictos sobre estas. Con el método psicoanalítico se va dar una caída de la omnipotencia, por lo que es de suma importancia poder mediar con un tacto adecuado este proceso para el adolescente. Hay que acompañarlo en el contacto con su realidad psíquica, procurando no satisfacer sus deseos narcisistas ni sus demandas, dándole la oportunidad de aprender sobre sus propios instrumentos mentales. Para la elaboración de los conflictos, el analista debe prestar mucha atención al vínculo (íntimo) que tiene con el paciente. Debe tomar en cuenta tres aspectos: su propia perturbación emocional, la del paciente y la que el paciente genera ahí mismo. El analista debe evitar los extremos: un congelamiento emocional o un actuar demasiado humano que se deja seducir. deje seducir. Debe evitar generar culpa o la idea de merecimiento de castigo en sus interpretaciones. Subjetivo debe ser el de liberar al paciente, pero haciéndolo responsable y capaz de soportar, procesar y reflexionar. En el trabajo analítico es importante que el analista posea neutralidad y una actitud mental que propicie un buen y formal setting (flexible, en ocasiones). Algunos ajustes pueden hacerse de acuerdo a cada paciente, mientras esté abierto a escuchar-se. También sugiere que busquemos comprender el lenguaje del adolescente para acceder de manera más relajada en su espacio y él se sienta en una atmósfera emocional adecuada que le permita ser más receptivo y hacerse responsable.

Imagen del artista Owen Gent 

En conclusión, la adolescencia es un término que en psicoanálisis se utiliza para hablar de un estado particular de la personalidad global y no se limita a un punto de vista cronológico, sino que considera la organización evolutiva de manera progresiva y regresiva, con el fin de mantener el statu quo.

Uno de los paradigmas de la época actual es la patología adolescente, una condición de alienación de uno mismo y de los otros que deja entrever una crisis en cuanto a la identidad, una gran dificultad en los vínculos y un uso excesivo de defensas narcisistas. En nuestros tiempos, se promueve mucho a las estructuras defensivas que provean satisfacción narcisista. La inmadurez del adolescente queda enfatizada, fijada, complicando el hacerse responsable en el mundo adulto. Se evade tomar un rol o función adulta en el proceso de crecimiento y nos paraliza como sociedad. Hay un aumento en las características narcisistas en los conflictos y las patologías de nuestra sociedad que antes se caracterizaba por la represión social de conexiones o vínculos de dependencia de manera sorprendente. A pesar de las compensaciones narcisistas, es notorio que existen los frágiles que niegan la diferencia de generaciones y sexos que niegan la finitud de la naturaleza o de la vida humana el paso del tiempo e idealizan la juventud como el objetivo en sí mismo y por más que buscan borrar las diferencias se nota que hay miedo y mucha negación de la confrontación generacional.

Bibliografía: 
Astor, J. (1988). Adolescent States of Mind Found in Patients of Different Ages Seen in Analysis. J. Child Psychother., 14(1):67-80 
De Filc, S.Z. (2006). Reflections on the Setting in the Treatment of Adolescents1. Int. J. Psycho-Anal., 87(2):457-469 
Fano Cassese, Silvia. (2007). Capítulo 3: “Estados sexuales de la mente”. Introducción a la obra de Donald Meltzer. México: Scripta, pp. 69-83. 
Harris, M; Meltzer, D. (1998) Adolescentes. Buenos aires: Spatia Editorial, pp. 19-207. 
Goyena, J.L., (2010) “La adolescencia congelada”. Controversias en psicoanálisis de niños y adolescentes. 
Meltzer, Donald. (1967). Capítulo III: “El ordenamiento de las confusiones zonales”. El proceso psicoanalítico. Buenos Aires: Lumen-Hormé, pp. 61-73. 
Meltzer, Donald. (1974) Capítulos 7: “Identificación y socialización”, Capitulo 8: “Saliendo de la adolescencia”. Los estados sexuales de la mente. Buenos Aires: Kargieman, pp. 95-112. 
Mondrzak, V.S. (2012). Reflections on Psychoanalytic Technique with Adolescents Today: Pseudo-Pseudomaturity. Int. J. Psycho-Anal., 93(3):649-666

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