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Narcisismo y fragilidad

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Por Carmen Oliveros

Repensé las diversas maneras en cómo comenzar este escrito, venía a mi mente una idea y luego llegaba otra con más fuerza a empujarla. Decidí comenzar con un recuerdo (tal vez encubridor). Durante mi infancia escuchaba reír a mis familiares y decir lo curioso que resultaban los nombres de mis bisabuelos (enterrados en la misma tumba); él, Narciso, y ella, Modesta, debo decir que, yo no encontraba nada de particular en estos nombres, fue hasta que leí el mito de Narciso en la clase de literatura durante la preparatoria que, entendí los comentarios de mi familia y lo curioso en la unión de aquellos dos nombres; aunque nunca reí por eso. En el mito, Narciso era hijo de una ninfa llamada Liriope de Tesia y del dios Boecio. El vidente Tirseias anunció a Liriope, que su hijo viviría hasta viejo, mientras nunca viera su propio rostro reflejado. Creció como un joven apuesto que deslumbró a muchas mujeres a las que siempre rechazaba, relatos lo describen como engreído. Eco fue una de las ninfas rechazadas; sus quejas animaron a otras ninfas a exigir a Némesis, diosa de la venganza, que castigara a Narciso. La diosa accedió a su demanda y un día de verano, mientras el insensible Narciso descansaba junto a un estanque, hizo que se viera en la superficie cristalina de éste. La atracción hacia su propia imagen lo llevo a no dejar de mirarse hasta que murió de debilidad y melancolía. Donde yacía su cuerpo creció una flor que llevaría su nombre. El mito es bastante interesante y me gustaría traerlo para pensar en el doloroso trastorno narcisista de la personalidad.


La impresión es que aquella persona narcisista no sufre, pero en realidad no es así. Es cierto que la experiencia de vida de los que rodean a una persona de estas características puede ser dolorosa, frustrante, devastadora y destructiva, pero a su vez la persona con marcados rasgos narcisistas o más aún, aquella que tiene una estructura de carácter narcisista sufre por ser así; esto no es por el daño causado a su paso hacia los demás, esto se debe a la falta grave de empatía, el sufrimiento es más bien por la devastación interna en la que se vive.

Básicamente el narcisismo está relacionado con la regulación anormal de la autoestima, es decir, la auto-consideración, la auto-valoración, la imagen de sí mismo, etc. 

En este escrito no me enfocaré en los términos académicos, sino a dibujar a grandes rasgos la dificultad que existe en el vínculo con alguien que presenta este padecimiento, el cual posee características propias. Otto Kernberg lo describe de una manera clara y precisa. Existe una demanda inconsciente de perfeccionismo que casi nunca es satisfecha, ideas como “sí fuera ahora la mejor científica podría ayudar a todo el mundo, pero no, soy una simple abogada que tiene que quedarse en su casa, a veces creo que soy un fracaso, así siento que me ven mis padres”, pero esta exigencia es vuelta hacia el exterior también, las personas con las que interactúa, aún aquellas a las que ama (si es que logra armar un vínculo de esta naturaleza), son devaluadas, ya sea porque no se soporta sentir la envidia de que alguien sea mejor que ellos; que el otro posea virtudes y capacidades distintas o mejores. 


Su egocentrismo excesivo lleva a depender de la admiración de los otros y es entonces que el sentimiento de grandiosidad se infla (uso esta palabra porque la seguridad es tan débil que un comentario que atente contra ella puede sentirse como un verdadero riesgo para su seguridad interna). 

Se desprenden fantasías de éxito: “cuando termine la escuela no seré yo el que busque trabajo, serán las empresas las que me busquen a mí. Esto lo imaginaba desde adolescente”. El sustentarse en estas fantasías los llevan a evitar la realidad, más si esta quebranta su imagen artificialmente engrandecida: “Creo que en la empresa les gusta la gente lame botas. Yo jamás seré así, tengo mucha capacidad y eso es lo que envidian mis compañeros”, “Mi negocio nunca iba a funcionar, la gente es corriente y no sabe de la buena cocina”. Su agresión es totalmente egosintónica (no les molesta), las emociones del otro no son consideradas porque en el vínculo parecen no existir, no hay culpa, al menos no esa culpa reparatoria donde se sufre por los errores que llevaron a perder a las personas, por el sufrimiento infligido a aquel que se ama. El sentimiento es más bien de vergüenza: “No soporto pensar que yo quiero más en esta relación; no podría seguir con ella si supusiera que es así, simplemente no lo puedo soportar, ni la idea misma de que a ella le pudiera gustar alguien más que yo y no es que la ame tanto”

También se debe a que hay una incapacidad de depender del otro; éste sirve en la medida que admira y engrandece, depender se vive como una profunda humillación, por eso, el afán de controlar omnipotentemente.


Desde el primer encuentro con este paciente, supe que sería un camino difícil, no para mí, sino para él, tal vez revelando mi contratransferencia puedo decir que era como tomar algo pesado y duro como el metal y a su vez frágil como una cáscara de cebolla seca, sí, eso, seca y quebradiza. En el intento de acercarme a su mente y emociones me encontré con un guardián duro y cruel que en cada intento mío me lanza zarpazos, arañazos, lanza mordidas, se tira al piso y llora, todo esto metafóricamente hablando. Detrás de todo ese ataque lanzado hacia mí en mi intento de pensar a su lado, de integrar y reflexionar, puedo ver a ese niño asustado, con un sentimiento de soledad amargo, con la imposibilidad de mirar y crear a otros, de amar y ser amado, en un mundo habitado por él, en una historia donde el protagonista es un pequeño niño, adicto a la comida en un intento de calmar el sentimiento crónico de vacío, omnipotente y fantasioso. Irónicamente a su dependencia a la comida, existe el rechazo a la nutrición que brinda la interpretación. 

La competición está presente todo el tiempo; no pueden existir dos personas grandiosas en la misma habitación, en una especie de duelo fantaseado donde es él o soy yo. No puede confiar, una y otra vez voltea desde el diván; parecería que espera en cada momento encontrarme en un error, es vigilante y mordaz. Este es un brevísimo acercamiento desde la clínica y la tarea maratónica de armar el vínculo desde el cual arrancará el análisis.

Hace tiempo vi la película Anomalisa; una película estadounidense de animación stop motion del año 2015. Me parece tan reveladora en la interacción de un narcisista en la sociedad. Él, un escritor famoso, gruñón, déspota, que no puede ver al mundo en sus subjetividades, todos tienen la misma cara, todos la misma voz, la de él, incluso su esposa e hijos. No encuentra motivación, vive en un vacío inmenso. Conoce a Lisa, una joven mujer muy insegura; vive a la sombra de una amiga y además admira a Michael Stone (el escritor); éste, admirado por la particularidad de su voz en una actuación encantadora pasa una noche espléndida hasta llegar al arrebato de proponerle huir. Una situación en apariencia intensa se ve apagada totalmente a la hora del desayuno, ella hace una serie de cosas que lo van desencantando (por la constante devaluación objetal que él hace), mimetizándose al resto de las personas. Él piensa que ellas (no es la primera mujer a la que cautiva para después desaparecer abruptamente y huir) hacen algo distinto, que es su responsabilidad que ya no le interesen, lo vive como una decepción. Seguramente este texto hará recordar a algún conocido, familiar o amigo, es inevitable no conocer a alguien que tenga toda esta destrucción interna.


Bibliografía:

Kernberg, Otto. (2014). El paciente narcisista casi intratable. Revista Internacional de Picoanálisis, Numero 046.

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