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Por Carmen Oliveros
Por Carmen Oliveros
Una noticia se escuchaba lejana, casi como un rumor sacado de alguna película apocalíptica, es diciembre del año 2019. La mente no podía representarla con imágenes que nos hicieran sentir cercano lo que sucedía en aquél lejano lugar. Provincia de Wuhan, China, un nuevo virus, todo era extraño, noticias aisladas comentaban; los coronavirus han existido desde siempre, videos en las redes sociales mostraban que los desinfectantes comerciales, comunes y corrientes, eliminaban esos virus. Ideas expresadas; cosa de chinos, de gente que come animales extraños, el rechazo y las miradas tiranas comenzaban a hacerse virales, críticas y dedos señaladores dispuestos a ser verdugos cibernéticos.
Fue hasta enero de 2020 que se explicaría al mundo la dificultad de la situación, “un nuevo coronavirus, virus con información mutada en su estructura, familiar cercano del virus del SARS, llamado COVID- 19 (SARS-CoV2) por la Organización Mundial de la Salud”. La mente aún no sabía lo que eso representaría para el mundo entero.
Este nuevo virus (nuevo por su capacidad de complicación, sobre todo para cierta parte de la población), dejó ver, como cuando la basura flota en el agua, las dificultades en los sistemas económicos, en la deteriorada infraestructura de los servicios públicos, la desigualdad en el orden social, la incapacidad en los sistemas de salud, incluso de las grandes potencias y el primer mundo europeos.
Evidenció que la red mundial está ahí, tan invisible para los ojos de quien quiere omitirla. Debido a estas características no era de extrañar que la enfermedad volaría en una infinidad de posibilidades; la migración y el movimiento humano es algo natural, y ha dejado claro que las fronteras son algo construido desde la geopolítica. La posibilidad de pandemia nos pone la realidad bilógica de frente, es decir, el peligro que representa para la salud y la vida.
¿Qué más destapa esta situación extrema? Coloca en el ojo del huracán la estabilidad mental y emocional de los individuos y los grupos a los que pertenecen, por lo tanto el riesgo se extiende a colectivos y grupos sociales más amplios, que pueden producir grandes alteraciones, me atrevería a decirlo, en la salud de regiones completas (como se vio en el caso de Italia y España). En la situación muy particular de México se han desarrollado fenómenos sociales (que pueden parecer repetitivos con respecto a países en los que se presentó la pandemia primero), que parten de las emociones.
El miedo es una respuesta natural a la representación del peligro o a un peligro real, pero esta emoción deja de ser útil cuando destruye y desvincula (nosotros le llamamos pulsión de muerte).
En mi país, en diferentes regiones, se han dado ataques a enfermeras y médicos como reacción temerosa de contagio; las personas han llegado al grado de quemar un hospital (en el estado de Nuevo León). Otra emoción des-vinculatoria es la ira; y no se tiene que hacer mucho para poder percibirla; la crítica enardecida de ciudadanos a ciudadanos sobre la forma de reaccionar del otro, hacia los políticos y los médicos, políticos a políticos que usan esto para alimentar su demagogia. Esto corta toda posibilidad de entendimiento y empatía.
La negación, también es una respuesta en suma presente, se duda de la existencia de este virus, es algo armado o inventado se asevera, que no es cierto que haya tantas muertes, que sólo ataca realmente a un sector de la población.
La negación puede llegar a ser muy riesgosa, esto es porque coloca a la persona (o personas) en descuido, no solo se deja de cuidar de sí mismo sino también a aquellos que le rodean.
Esta negación, a veces, va acompañada de sentimientos de omnipotencia, pensamientos de “a mí no me va a pasar”, “que se cuiden los demás, yo estoy joven”. Este mecanismo muchas veces entra en operación porque el aparato psíquico no puede enfrentar las angustias que se despiertan al ponerse en contacto con esta parte de la realidad material. Es mejor pensar que no existe que entrar en conciencia de los riesgos en los que se está no solo personalmente sino la familia, los padres, hermanos, amigos, etc.
Si bien es cierto que la humanidad está en riesgo de contagio, no solo es de una enfermedad sino de las emociones, que se propagan incluso por las redes sociales. Los estados maniacos, es decir que el ánimo se encuentra exaltado, comprando cosas que no se necesitan, dejando en desabasto los centros comerciales sin importar si los demás necesitarán igual que ellos los productos, dejando una sensación de enojo y resentimiento en aquellas personas que no encuentran lo necesario para enfrentar la cuarentena.
¿Qué se puede hacer frente a todo este riesgo del contagio de estas emociones que destruyen y desvinculan? Hay un peligro y es dejarse llevar por la manipulación de estas emociones, cuando se da un fenómeno social se deja llevar por éstas y no se da lugar al pensamiento y la creatividad. Lo que nos queda hacer es contribuir con la unión a través de las emociones como el interés, el cuidado, el amor, porque esta situación nos fuerza a pensar que esto no se trata de uno mismo sino de todos, no solo de un país sino del planeta entero.
Ante el sufrimiento humano enorme, es importante pensar en colectividad, en la solidaridad y el cuidado. Hay errores que no se pueden ignorar es cierto, pero también se debe ser empático y darle cabida al perdón y a la reconstrucción.
La forma de vínculo que se nos exige ahora es de total cuidado del otro; cuidarse a sí mismo es vigilar el bienestar de los más vulnerables, de la gente mayor, y también incentivar el humor, la risa y la alegría que son necesarias para cuidar la salud mental, más aún en estos tiempos difíciles. Hay que luchar contra el destino que nos depararía si prevalecen los intereses personales, individualistas y egoístas, el reto es tener la empatía necesaria para poder pensar en comunidad y así lograr un bienestar más generalizado.
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No dudes en iniciar un tratamiento psicoanalítico.
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