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Por Manuel Landeros
Por Manuel Landeros
No hay forma más efectiva de aprender sobre
tormentas que estando en medio de una.
Manuel Landeros
Resulta bastante complicado asimilar la idea de que para poder crecer, crecer internamente, mentalmente, emocionalmente, debemos atravesar la tormenta. ¿Pero quién querría someterse a los conflictos más profundos del alma? Si lo que el ser humano quiere, queremos, es salir corriendo lo más lejos del miedo, del dolor, de la rabia y la angustia. Es una decisión profundamente difícil; se requiere valor y fuerza para enfrentarse al caos y aprender de él.
Imagen de la artista japonesa Mao Hamaguchi
Y es que a la primera centella que cae en el terreno de nuestra mente lo que hacemos es huir o negarla; protegernos de su existencia dolorosa y compleja. La verdad, la que es interna, la que tiene que ver con el propio conocimiento, asusta. Entonces, si todo esto de conocerse, de crecer, es tan doloroso, ¿qué caso tiene intentarlo?
En el consultorio los psicoanalistas usamos muchas analogías y nos valemos de todos los recursos a nuestro alcance para elaborar una interpretación que haga sentido al paciente, que se conecte con su subjetividad, que mueva algo por dentro. Cuando el tratamiento se asienta, toma forma, se establece pasado un tiempo inicial, resulta profundamente doloroso, porque el paciente se acerca a sus propias tempestades; se resiste a ver su verdad y, más doloroso aún, a ponerle palabras.
Una de las analogías que me gusta utilizar es la del ejercicio físico; se sabe que funciona porque los músculos duelen después de trabajarlos, a veces el dolor nos hace pensar en desistir, en abandonarlo todo, pero se libra una batalla interna para continuar trabajando. El músculo crece con dolor, la mente también.
Imagen de la artista japonesa Mao Hamaguchi
El psicoanalista Wilfred Bion nos habla sobre la mente como un aparato para pensar, una "máquina" que une y crea ante la separación, el dolor y la ausencia. Es cuando nos enfrentamos a las diferencias, a las incertidumbres, a lo complejo, cuando pensamos, es decir, creamos, pues para el psicoanálisis pensar no es tener información sino crear internamente. Pero este trabajo requiere esfuerzo, energía y, sobre todo, valentía.
En la vida cotidiana preferimos pensar que todo lo que nos ocurre, lo que nos hace enojar, lo que nos frustra, entristece o hiere tiene que ver con lo que los otros hacen, con el ambiente que nos circunda, con las decisiones que otros toman, con la hostilidad de otros, con la soberbia de otros, con el odio y la envidia de otros.
Pensar significa recolectar aquello que nos pertenece, que nace en nuestro interior; la propia rabia, la propia envidia, la propia soberbia, los odios propios, y hacer algo con ello; metabolizar significa digerir, transformar, ¿cómo? pensando; ¿la tristeza es solo tristeza o está unida a recuerdos o experiencias?, ¿qué aspecto de la mente siente la tristeza: el niño que hace berrinche o aquel que siente que nada vale la pena?, ¿el otro es quien me pone triste o yo me pongo triste porque deseo que el otro sea como yo quiero que sea?, ¿es tristeza o también es enojo?, ¿el otro me hace entristecer con su actitud o mi tristeza nace por culpa, frustración o devaluación dentro de mi mente?, ¿el otro abusa de mí o a un aspecto de mi mente le resulta atractivo colocarse en el blanco? ¿qué fantasías se enlazan a todo esto? ¿cómo percibo al otro, cómo lo impregno de mi mundo interno?
Imagen de la artista japonesa Mao Hamaguchi
Los grandes psicoanalistas no crearon sus teorías sentados en un sillón bebiendo té y disfrutando del paisaje; profundizaron en sus pérdidas más devastadoras, encontraron dentro de ellos respuestas, desafiaron las concepciones sociales ya establecidas, fueron perseguidos, desacreditados y señalados. Atravesaron guerra y enfermedad pensando, creando teorías, formas de entender la mente que pudieran ayudar a otros.
Se enfrentaron entre ellos, enfrentaron sus posturas y sus maneras de concebir el psiquismo, y de esas controversias nacieron nuevos pensamientos. Ante la crisis, ante las dificultades, un psicoanalista crea, pues aunque en su mente existe destrucción como en todas las mentes, puede llevar aquello a un nuevo lugar, la tormenta ya no es solo tormenta, ahora es un hermoso cuadro de una tempestad, un libro con historias profundas, un proyecto genuino y bondadoso, una conversación madura que repara, un intento de entender, de dar orden, de renunciar a ciertos placeres para colocarse en la realidad; el caos no solo es caos, sino pensamiento; la tempestad es creación, crecimiento, cuando se tiene la valentía suficiente para atravesarla. Entonces, con mucho trabajo, los elementos internos y externos se unen en vez de separarse; se ligan las emociones y los deseos, se atan los sentimientos y los pensamientos, como quien ata varas de madera para crear un puente e ir de un lado a otro.
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