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Ad Astra y el fascinante viaje hacia la identificación

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Por Juan Carlos Avendaño

Apreciar una obra de arte siempre nos invita a ver hacia adentro, examinar nuestros sentimientos y conectarnos con aquello que transmite la expresión artística, nos identificamos con fragmentos o con la totalidad del artista y entonces toma la forma de nuestro propio significado. Sucede en el cine, como esa gran pantalla donde nos podemos ver reflejados, que contiene y da forma, que por momentos habla por nosotros y le pone nombre e imagen a lo que sentimos. 

Esta vez quiero hablar de Ad Astra (2019), del director estadounidense James Gray y protagonizada por Brad Pitt; cinta que desde el título hace alusión al autoconocimiento y a la forma de despedirse de los astronautas caídos en el accidentado camino hacia las estrellas como dirían Virgilio y Séneca.

Usualmente los viajes al espacio pueden ser interpretados en el cine como metáforas acerca de la exploración inconsciente, viajar al mundo interno como nos propone Melanie Klein, al señalar que este se conforma de la internalización de objetos concretos en el proceso de la fantasía inconsciente para el desarrollo de la personalidad. Remite a la búsqueda interior y en el camino, al encuentro con las defensas que conforman la coraza de un hombre con nervios de acero, tal es el caso de Roy McBride (Brad Pitt), distinguido astronauta, social y afectivamente aislado, reconocido por sostener su ritmo cardiaco bajo aún en las situaciones más estresantes, cualidad que empieza a ponerse en entredicho cuando debe emprender la misión de encontrar a su padre en los confines del sistema solar. Padre admirado, héroe, leyenda y figura identificatoria al fin para Roy, ausente desde hace dieciséis años cuando se perdió la comunicación con la misión (Proyecto Lima).


Viajamos con Roy a la Luna, a su lado oscuro e incierto para después partir hacia Marte, el rincón árido y negligente de su mente y la última parada que también habitó su padre antes de dirigirse a Neptuno. Es en Marte donde Roy trata de hacer contacto sin éxito con su padre, al mismo tiempo los recuerdos son más frescos y sentidos, el pulso lo traiciona y la defensa comienza a caer, le es revelada la verdad acerca del héroe que, obstinado en cumplir con la misión de encontrar vida extraterrestre, asesina a toda la tripulación. Debe encontrarlo y acabar con él, según la moral establecida.

Freud nos dice que la identificación es la forma originaria del vínculo afectivo del ser humano, se toma al padre como ideal en una actitud masculina, posteriormente se toma prestado un rasgo de la persona amada/odiada que sirve para la formación del síntoma, lo cual ayuda a entender su camino hacia la melancolía, donde hubo primero una elección de objeto y a raíz de una afrenta por parte de la persona amada, se sacude el vínculo, momento decisivo para la formación del carácter.

En una suerte de soliloquio narrativo, Roy se sincera con el único testigo a medida que se va quedando solo, el espectador. Reconoce que mientras más se aleja del sol en su camino hacia Neptuno, más se acerca a su padre, por lo tanto, más se parece a él, incurre en los mismos actos de la leyenda, da certeza de su egoísmo y sufre pagar los pecados inscritos en su nombre y apellido. La muerte de la tripulación del cohete que asalta en su afán de ir a Neptuno le recuerda el peligro del viaje que emprendió desde la Tierra. 

Es de esta manera que llegamos al momento visual más significativo en toda la cinta, el encuentro de Roy con su padre, anciano y debilitado visualmente por las cataratas, resignado al destino que eligió al vivir confinado en su nave, entre Neptuno y sus anillos, allí donde el Sol casi no arroja su luz ni su calor, allí donde ningún hombre jamás había llegado, clara referencia a la valentía que significa emprender el viaje hacia la profundidad del propio universo; el lugar que habitan los objetos internos.


Podemos ver el choque identificatorio entre Roy y su padre, quien implícitamente le muestra el resultado de la obstinación y el egoísmo, y es que no se trata de lo que está bien o mal, se trata de la decisión; Roy quiere llevar de vuelta a la Tierra a su padre, este simula ser convencido y salen al espacio. En una escena conmovedora e intensa somos testigos del desenlace emprendido por el padre que a especie de “corte” y en un acto de amor, se desengancha de la cadena que los mantenía unidos y libera a Roy en el forcejeo, quien debe soltar aquella parte oscura que tanto su padre como él reconocían en la personalidad de ambos, aquella parte que se disuelve y se funde con el resto del espacio dejando a nuestro protagonista completamente solo, aturdido, flotando vulnerable.

Al final Roy resuelve sus sentimientos de amor y odio hacia la figura del padre, preservando lo bueno gracias al reconocimiento que hace del trabajo recolectado por este a través de los años, el aprendizaje y la belleza transmitidos acerca de la naturaleza del universo, mundos majestuosos y de colores impresionantes en su superficie, pero que en su interior eran inhabitables, jamás hizo contacto con vida extraterrestre, porque de lo que se trataba era de hacer contacto con la vida interior que por momentos es negada, postergada o censurada. 


Resulta interesante pensar en que la cinta nos demuestra que las respuestas que buscamos están más allá de la búsqueda en sí, es el viaje íntimo y personal el más peligroso, fascinante, profundo y sincero, el que nos hace sentir y conectar nuevamente con nuestras emociones más genuinas. Es el viaje la oportunidad de resolver nuestros sentimientos de abandono y pérdida para así vivir mejor integrados, con la capacidad de ver y amar, cargar y ser cargado, compartir.

Bibliografía
Freud, S. (1915-17) “Duelo y melancolía” En Obras Completas. Amorrortu. Tomo XIV. Bs. As. 1976. 
(1921) “Psicología de las masas y análisis del yo” En Obras Completas. Amorrortu. Tomo XVIII. Bs. As. 1976. 

Klein, M. (1935). Contribución a la psicogénesis de los estados maniaco depresivos. En Melanie Klein Obras Completas (Vol. 1, pp. 267-195). Buenos Aires: Paidós.

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