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Ser uno mismo

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Por Ana Paula Hernández

“Y cuando despertó de aquel sueño de falsedad,
quedó sumergido en el mar de la verdad.
Y fue bello, dolorosamente bello.
Sus expectativas se ahogaron junto con sus máscaras.”
(AP)

Recuerdo cuando cursando preescolar o primaria no faltaba la clase cuyo objetivo era elaborar una máscara, todos tuvimos una experiencia similar; había compañeros que empleaban mucho tiempo en realizar su máscara, otros con ayuda de sus padres, mientras otros solo con recortar dos hoyos se daban por bien servidos. Lo más entretenido de todo esto era la sensación de ser otro, jugar a interpretar algún animal salvaje, un superhéroe o hasta un ser terrorífico. Desaparecer por un momento y mostrar otra cara que no fuera la nuestra era placentero. Me pregunto si hoy en día hay situaciones en las que jugamos a ser alguien más, interpretar un papel que creemos es el nuestro, pero nunca es lo suficientemente bueno para escondernos. Y surge en mí el cuestionarme ¿Cuál es la máscara que hemos elaborado para presentarnos ante los demás? ¿Qué es aquello que nos esforzamos tanto por imitar, olvidando que primero se es uno mismo?

Bien lo describía Winnicott cuando hablaba sobre dos tipos de personas “Los que saben ser ellos mismos y actuar, y los que solo saben actuar”. 

Parece que esta idea de “ser uno mismo” es cada vez más complicada, uno cree que tiene que saber cómo se es uno mismo, cuando no es cuestión de “saber cómo” sino de ser. Y aquí la espontaneidad adquiere un papel importante, la cual, se pierde muchas veces al intentar encajar en algún lugar de nuestra vida actual.



Tenemos en cuenta que parte de la actitud social que aprendimos desde chicos implica el ser educados y respetar, impulsando así una convivencia lo más armoniosa posible. Hay máscaras por así decirlo prefabricadas que conforman un común denominador para vivir en sociedad. Sin embargo, cuánto de este matiz del deber ser se impregna en cada escenario de nuestra existencia, donde se modifica el verdadero fin del ser y se llena de prototipos y exigencias superficiales.

Los viajes, los logros académicos, el puesto de trabajo, la pareja, los hijos, los padres, los amigos etc., las cosas por las que luchamos se convierten en adquisiciones que atesoramos con tanto recelo para conformar y confirmar nuestra imagen personal, nuestro propio ser. Creemos que esto da sentido a quienes somos y perdemos de vista la motivación que nos llevó en primer lugar a buscar ese camino.



A veces el significado que tiene para nosotros una persona o situación se contamina por el significado que creemos los otros le otorgan, cuántas de las cosas que realizamos, cuántas de las actitudes que tenemos, cuánta de nuestra convivencia con las personas que amamos las vivimos a partir de los ojos de un otro, de sus expectativas. Nuestras relaciones podrían tomar un tinte de falsedad donde la intimidad y la real preocupación por el otro no es algo que resalte. Estas máscaras que elaboramos podrían construir un juego de relaciones falsas que adquieran una ficción de realidad. (El proceso de maduración en el niño, Winnicott)



¿Cómo reconocernos? Pensemos si nos sentimos cómodos con quien estamos, donde estamos, los lugares que frecuentamos. Miremos nuestro cajón donde guardamos nuestras máscaras, cada experiencia de vida nos ha ayudado a armar o desarmar alguna. 

Si hoy pudieras pensar en una máscara, ¿De cuál te liberarías? ¿Cuál es la máscara que te acompaña en cada reunión social, en cada visita familiar, en cada labor altruista, en cada deporte que practicas? Emprender este paseo interior podría ser atemorizante y al mismo tiempo liberador.


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