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Por: Lic. Itzayana Covarrubias
No hago distinción alguna entre mi trabajo y mi juego,
mi labor y mi tiempo libre, mi mente y mi cuerpo,
mi educación y mi recreación.
Sencillamente voy tras mi visión de excelencia
a través de lo que hago,
y dejo que los demás determinen
si estoy trabajando o jugando.
Para mí, ¡siempre estoy haciendo las dos cosas!
(Adaptación de un poema anónimo).
Por: Lic. Itzayana Covarrubias
No hago distinción alguna entre mi trabajo y mi juego,
mi labor y mi tiempo libre, mi mente y mi cuerpo,
mi educación y mi recreación.
Sencillamente voy tras mi visión de excelencia
a través de lo que hago,
y dejo que los demás determinen
si estoy trabajando o jugando.
Para mí, ¡siempre estoy haciendo las dos cosas!
(Adaptación de un poema anónimo).
Me he retirado de personas, actividades, lugares en donde he dejado de jugar. Lo había pensado de otras maneras, pero ahora, estudiando la teoría de Winnicott, puedo darle un nombre que me satisface mucho más.
Cuando dejo de jugar dejo de disfrutar lo que hago, y la vida es muy corta para no disfrutar, para no amar lo que uno hace. Es como firmar una condena de muerte en vida y pareciera que ser adulto es entrar en este callejón sin salida: Trabaja, genera, gasta, repite. Trabaja, genera, gasta, repite.
¡No! No tiene que ser así, no debe ser así. Obligaciones hay muchas, sí. Pero creo que la vida es mucho más que entrar en una dinámica repetitiva, predecible. Es jugar a reinventarse, a dibujar cada día algo diferente en ese lienzo en blanco. Agradezco infinitamente el lugar que hoy ocupo, y todo lo que tuvo que suceder para que esto fuera posible. Ejercer una profesión que permite hacer esto minuto a minuto. Cada paciente, cada sesión incluso cada minuto de un mismo paciente, es una sorpresa.
Jugar no es sinónimo de inmadurez, de irresponsabilidad, bandera que el adulto enarbola a costa de su felicidad. Para jugar se necesita en realidad, hacer uso de todos los recursos yoicos, para elaborar, para crear. Un adulto creativo ha logrado proteger amorosamente a ese niño que vive en su cabeza, y que solía ser auténticamente más sabio de lo que anhela ser este adulto pretencioso.
Jugar es dejar que la vida te sorprenda. No como una frase motivacional, sino realmente estando comprometido con el aquí y el ahora y permitir que las cosas salgan a veces bien, a veces no tan bien, aprendiendo de lo vivido. Se cree erróneamente que el Psicoanálisis es vivir en el pasado. Hoy puedo decir que pocas experiencias en la vida me han exigido más estar en el presente. En ese instante que al nombrarlo ya se ha ido. Así de efímero es el tiempo, así de efímera la vida. Por eso, ¡juguemos! “Jugar es hacer”, nos dice Winnicott, “no sólo pensar o desear”, lo cual estaría en el lugar del fantaseo, ese espacio inerte, inmóvil, en donde creemos que todo pasa fácil e inmediato, pero que en realidad no pasa nada en lo absoluto. Quizá es ahí, en ese espacio, en donde el adulto pone toda la frustración y piensa ansiosamente todas las cosas que no tiene y que quisiera que pasaran de una, sin esfuerzo, sin dolor, pero en las reminiscencias de ese remedo de pensamiento, termina sufriendo más. Pausado en un momento sin tiempo, que no va a ningún lugar.
Parece fácil, pero requiere voluntad hacer conciencia real de esto. Vivir la vida como un juego requiere de un trabajo constante.
“En el juego, y solo en él, pueden el niño o el adulto crear y usar toda la personalidad, y el individuo descubre su persona sólo cuando se muestra creador”
(Winnicott. Realidad y juego).
Así que éste, antes que nada, es un “auto recordatorio” para traer a cuenta de vez en vez, que ser adulto debe ser en primer lugar, aprender el sutil encanto del “jugar”.
Psicoalibre S. C.
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