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Por: Psic. Manuel G. Landeros Pita
"El silencio es el ruido más fuerte, quizás el más fuerte de los ruidos".
Miles Davis
Por: Psic. Manuel G. Landeros Pita
"El silencio es el ruido más fuerte, quizás el más fuerte de los ruidos".
Miles Davis
Parece, de pronto, que todo se enfría, se vuelve hielo y la garganta se paraliza, la voz no fluye, las palabras se congelan. Dentro de las sesiones psicoterapéuticas sobreviven las angustias más profundas, una de ellas, quizá una de las más notorias, es la angustia al silencio, pero ¿por qué al silencio? ¿acaso no sería más viable hablar para romperlo y acabar así con la angustia? ¿por ´que entonces se permanece callado en ciertos momentos de la sesión?
Un silencio puede tener muchos significados; podría ser un silencio hostil, desafiante o depresivo. Los silencios pueden tener matices de diversas estructuras mentales: obsesivos, histriónicos o perversos. Al final, todos los silencios llevan consigo una meta: resistirse al tratamiento. Quedarse callado significa atorar las palabras, atorar las palabras es no poder comunicar lo que hay en la mente, no comunicar es no avanzar en el trabajo analítico.
Los silencios, gran parte del tiempo, no tienen una intención consciente, es decir, la persona dirá: pues no se me ocurre nada, hoy no tengo nada que contar o pues pregunteme usted, no sé qué contarle hoy. No es que su intención sea precisamente guardar silencio, al menos no desde su consciencia. Habrá alguna parte de su mente que se resista a asociar, a crear pensamientos y poder contar algo al analista para trabajar en la sesión.
El silencio incomoda al paciente y, de pronto, comienza a hablar cuando le parece insoportable; la ansiedad generada por el silencio tiene una parte que contribuye, en ocasiones, al tratamiento, se esfuerza por contar algo. En otros momentos el silencio se torna molesto y expresa cierto enojo; un silencio obstinado reta al analista diciendo sin hablar: mire, si usted no me va a preguntar nada entonces yo no hablo. Este silencio lleno de enojo intenta, en ocasiones, invertir los roles y que sea el analista quien habla más, quien pregunte y sea el más activo en la sesión, mientras el paciente calla.
Por otro lado también encontraremos silencios que se generan a partir del dolor. Cuando se habla de algo profundamente doloroso una persona puede simplemente quedarse en silencio mientras asimila lo que pasa por su mente y lo que está sintiendo en ese momento difícil. Un silencio doloroso puede ir acompañado de lágrimas, puede hacerse prolongado o puede romperse con algo como: me quedé pensando. Otros silencios también son reflexivos; la persona en realidad sí se queda pensando sobre lo que el analista, o él mismo, acaba de decir.
Los silencios, aunque resistenciales, también son parte del tratamiento. Inundar las sesiones con palabras, que dicen mucho pero no dicen nada, por no tolerar el silencio, sería exagerado y también resistencial.
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